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En una mañana a principios de junio, Cindy Crawford entró a una de las salas del Santa Monica Proper Hotel y su vibra fue evidente de inmediato: cómoda, profesional, directa. Nada de artificios. Ninguna comitiva. Solo su publicista de toda la vida, Annett Wolf, quien nos presentó rápidamente y luego desapareció, dejando a Crawford en la cabecera de una mesa con un exhibidor de los productos de su línea para el cuidado de la piel y el cabello Meaningful Beauty, una marca de 400 millones de dólares que lanzó hace 20 años.
“¿Por dónde quieres comenzar?”, me preguntó Crawford. “¿Cómo crees que sería más orgánico?”.
Resulta tentador describir a Crawford, de 58 años, como una persona informal, pero esa no es la palabra correcta. Ataviada con una chamarra de pana Celine, una camisola, pantalones de mezclilla Nili Lotan de corte ancho y un collar con dije de Foundrae que simboliza la resiliencia, su belleza es radiante sin ser abrumadora en absoluto. Residente de Malibú donde vive con Rande Gerber, el experto en negocios de la vida nocturna y tequila que es su esposo desde hace 27 años, Crawford exuda la típica despreocupación californiana. Tiene un rostro familiar, literalmente, ya que ha sido fotografiado y filmado miles de veces a lo largo de sus más de 35 años de trayectoria como una de las modelos más exitosas del mundo.
Lo que me pareció más orgánico fue empezar por el negocio de Cindy. Más allá del lunar encima de su labio, más allá de sus ojos marrones, su despampanante cabello castaño y su complexión saludable, lo que ha distinguido a Crawford de sus colegas es su interés en trascender el modelaje para convertirse en una marca, décadas antes de que las marcas personales fueran una carrera profesional.
“Yo siempre digo: ‘Yo modelé’”, relató Crawford. “No digo: ‘Soy modelo’. Para mí es un verbo, no una identidad”.
Crawford, quien es una referencia profesional para las aspirantes a supermodelos, inventó el manual moderno que sigue la generación actual de personas que se dedican a ser hermosas, entre ellas Gigi y Bella Hadid; Hailey Bieber; la propia hija de Crawford, Kaia Gerber; y la mayoría de la familia Kardashian-Jenner. Asociaciones con marcas, propiedad de marca, productos, campañas, acuerdos con diversos medios de comunicación.
“No había nadie de quien yo pudiera decir: ‘Quiero su carrera’”, contó Crawford. “Mucho de esto fue pensar: ‘¿Por qué no?’ o ‘Probemos esto’”.
“Cindy, Inc. No es otra supermodelo de 7 millones de dólares al año”: ese fue el título mostrado en la portada de Vanity Fair de un perfil publicado en 1994 que intentó resaltar el toque mágico y moderno de Crawford, una modelo capaz de dominar mercados, sectores demográficos y productos que iban desde Vogue y Playboy hasta MTV y Kay Jewelers. En ese entonces, Crawford tenía 28 años, estaba casada con Richard Gere (se divorciaron al año siguiente) y era un espécimen perfecto de juventud y belleza excepcional.
Dos de los temas que exploró el perfil fueron la felicidad de Crawford y el tema de si encontraría el “motor” para impulsar sus ambiciones. Se habló bastante de su evidente atractivo físico, pero el artículo también reconoció el hecho de que Crawford poseía algo más —un pragmatismo, una falta de simulación y esnobismo, un sentido del humor y una conciencia de sí misma— que la ponía en el camino a la grandeza.
“Nació sabiendo lo que quería hacer”, dijo en una entrevista reciente el diseñador de moda Isaac Mizrahi, contemporáneo de Crawford. “Es como si esta fuera su vida número 15 o algo así”.
Treinta años después, Crawford resultó ser el motor de su propia carrera, un raro ejemplo de longevidad, madurez refinada e inteligencia empresarial en un mundo superficial famoso por descartar a las mujeres en cuanto la mediana edad apenas se asoma en el horizonte.
Crawford ha sido el rostro de muchas marcas, quizá la más famosa fue Pepsi, pues su exitoso comercial para el Supertazón de 1992 es mítico en el mundo de la publicidad. Ha trabajado durante 29 años con los relojes Omega. Tuvo un megacontrato de 15 años con Revlon que terminó cuando ella tenía 35 años, que fue cuando empezó a desarrollar Meaningful Beauty. Es el negocio más importante de Crawford, la primera empresa que tuvo en su carrera, una sociedad a partes iguales con Guthy-Renker, la firma de mercadotecnia directa al consumidor basada en suscripciones conocida por marcas como Proactiv, JLo Beauty, IT Cosmetics y Personal Power de Tony Robbins.
Crawford jamás se aferró al mundo exclusivo de la moda. En una carrera que no sufrió ningún escándalo, una de sus decisiones más polémicas fue aparecer en la edición de 1988 de Playboy, con elegantes imágenes tomadas por Herb Ritts, fotógrafo de alta moda. Con una sabiduría preternatural a sus 22 años, Crawford ha dicho que pensó que su aparición en Playboy diversificaría su público: hombres heterosexuales, en lugar de mujeres, que eran las principales seguidoras de la moda de lujo. La amplia visión con la que abordó esta oportunidad le ha servido para tomar muchas otras decisiones de negocios.
“Mis colaboraciones más importantes fueron con Pepsi y Revlon, no Hermès”, admitió Crawford. “Fueron con marcas que son para todo el mundo”.
Crawford, quien creció en una familia de clase trabajadora en DeKalb, Illinois, nunca perdió contacto con sus raíces, incluso en medio de la maratón de glamur de los años noventa, cuando estelarizó el video musical de “Freedom! ’90” de George Michael y era parte del círculo íntimo de Gianni Versace.
“De pronto, estás en un palazzo en Capri y piensas: ‘Espera, yo crecí en DeKalb, Illinois’”, narró Crawford. “‘¿Cómo terminé aquí y qué se supone que debo vestir?’”.
En los inicios de su carrera, su madre la visitó en Nueva York y tomó prestado uno de los vestidos de Crawford, uno de estilo sencillo de Donna Karan. “Me dijo: ‘¡Ay, Dios mío! ¡Me encanta este vestido! Me voy a comprar uno igualito’”, contó Crawford. Pero costaba unos 800 dólares, recordó, más de lo que su madre gastaba en ropa en un año. Así que le regaló el vestido.
“Mi mamá reconoció la calidad cuando se lo puso”, comentó Crawford. “Fue un momento revelador sobre el acceso y el conocimiento”.
Mizrahi recordó una sesión fotográfica que hizo con Crawford en Big Sur, California, en los años noventa. “El equipo de producción y todos solo asumieron que ella no era inteligente”, relató Mizrahi. “Yo la conocía muy bien, y pensé: ‘¿De qué están hablando? Esperen a que abra la boca’”.
Crawford siempre tuvo belleza e inteligencia. En la década de 1980, antes de que las palabras “super” y “modelo” se fusionaran y formaran un nuevo sustantivo para identificar la marca de modelos que incluyó a Crawford, Christy Turlington, Naomi Campbell, Linda Evangelista y algunas otras, Crawford era conocida como la chica pueblerina del Medio Oeste que fue la mejor estudiante de su generación de preparatoria y asistió a la Universidad de Northwestern con una beca antes de abandonar los estudios para dedicarse al modelaje.
No tenía miedo, estaba dispuesta a diversificar sus talentos, romper la cuarta pared y ser escuchada, no solo vista, algo que era un anatema en el mundo del modelaje. Cuando empezó a trabajar como la anfitriona inaugural de House of Style, el amado programa de noticias del mundo de la moda de MTV, que salió al aire en 1989, Crawford no tenía nada de experiencia en la televisión. No era Elsa Klensch, pero lo hacía ver más fácil de lo que era.
Turlington recordó que cuando Crawford se retiró de House of Style, Evangelista hizo una audición para relevarla. “Linda llegó con la actitud: ‘Soy una modelo de alta costura. Les voy a mostrar cómo se hace’”, explicó. “No tenía el mismo sentido del humor ni la misma ligereza”.
El año pasado, Crawford, Turlington, Evangelista y Campbell aparecieron juntas por primera vez en muchos años en Supermodelos, la serie documental de Apple TV+. Fue una retrospectiva de cuatro episodios sobre los momentos más vertiginosos de las supermodelos: sus triunfos, sus fracasos, las veces que las subestimaron y cómo han envejecido. Campbell y Crawford fueron quienes instigaron la reunión del cuarteto para la serie, que estuvo en desarrollo durante ocho años.
“Hay una obsesión muy intensa con los años noventa”, señaló Crawford. “Así que pensamos: ‘Alguien va a hacer este documental. Vamos a tomar el control de nuestra propia narrativa’”. Las cuatro fueron productoras ejecutivas. Ninguna tuvo injerencia en el corte final.
En general, Crawford quedó contenta con el producto final. La primera vez que aparece en pantalla en la actualidad está a bordo de un avión, buscando una foto que pueda obtener la oferta más alta en una subasta de caridad. “Creo que todas aparecemos exactamente como somos en realidad”, concluyó.