Una mañana cualquiera, Susan Glass puede sentarse en el patio de su complejo de apartamentos en Saratoga, California, e identificar de oído hasta 15 especies distintas de aves: un arrendajo de Steller, un pájaro carpintero, un herrerillo unicolor.
Para ella, la observación de aves es más que un pasatiempo. “Las aves son mi vista”, afirmó Glass, poeta y profesora de inglés en el West Valley Community College quien es ciega de nacimiento. “Cuando me hospedo en un hotel de Pittsburgh, puede que me acuerde más de la paloma bravía y el pinzón casero del estacionamiento que de la arquitectura”.
Glass, de 67 años, era niña cuando se fijó por primera vez en los pájaros que trinaban frente a la casa de su familia en la costa del lago Erie, en Míchigan. “Mi madre me dijo que era una golondrina llamada martín pescador”, dijo. “Prestaba atención a dónde volaban, y realmente podía empezar a oír las dimensiones de nuestra pequeña cabaña, el porche con mosquitero, el patio delantero”.
Desde entonces, Glass cartografía su entorno ayudada con el canto de los pájaros.
La observación de aves recibió un impulso significativo con la pandemia: como había tantas personas haciendo menos cosas, sintonizaron más con los sonidos de la naturaleza; y con los confinamientos se redujo la contaminación acústica, lo que hizo que los cantos de los pájaros fueran aún más pronunciados.
Sarah Courchesne, ornitóloga del programa Massachusetts Audubon en Newburyport, atribuye el creciente interés por la observación de aves en parte al hecho de que es una forma de acercarse a la naturaleza para personas de todas las capacidades, ya sea con la vista, con el oído o con ambos.
Según Courchesne, a medida que la comunidad ornitológica crece y se diversifica, los clubes ornitológicos y las organizaciones conservacionistas piensan más en la accesibilidad, y esto está cambiando la forma de hablar y pensar sobre la ornitología.
Para empezar, la terminología está evolucionando. Según Freya McGregor, observadora de aves de 35 años y terapeuta ocupacional especializada en ceguera y baja visión, el término “observador de aves” se reservaba antaño a quienes se tomaban las cosas más en serio que el “pajarero” o entusiasta de las aves aficionado. Pero cada vez más, el término “observador de aves” se está convirtiendo en un cajón de sastre, gracias a la creciente conciencia de que algunos aficionados identifican las aves no observándolas, sino exclusivamente escuchándolas.
Los espacios también evolucionan. Desde Cape Cod hasta los Andes colombianos, los senderos naturales se están rediseñando, con elementos como terrenos accesibles para sillas de ruedas y barandillas para guiar a los visitantes con baja visión. El Massachusetts Audubon presentó recientemente una serie de senderos para todas las personas, diseñados para ser accesibles.
La programación de eventos públicos también se está ampliando. Organizaciones ornitológicas de todo Estados Unidos están introduciendo un nuevo tipo de “paseo” ornitológico: el llamado big sit o “gran sentada”, eventos en donde los participantes se quedan quietos. Estos eventos estacionarios de observación de aves, popularizados por el New Haven Birding Club a principios de la década de 1990, son un tipo de competición, a veces organizados para recaudar fondos, en los que equipos de observadores de aves permanecen dentro de sus propios círculos de 5 metros diámetro durante un periodo de 24 horas e identifican el mayor número posible de aves.
En mayo, Courchesne organizó un big sit junto a Jerry Berrier, un observador de aves ciego, en un sendero accesible para todas las personas cerca de Ipswich, Massachusetts. Berrier, que vive en Malden, Massachusetts, dijo que quería que su evento fuera menos competitivo y más meditativo que un bird sit tradicional.
Aunque algunos estudios han demostrado que el simple hecho de oír el canto de los pájaros puede aliviar la ansiedad y aumentar la sensación de bienestar, Berrier, de 70 años, afirma que para él los beneficios van más allá. “La observación de aves me conecta con un mundo que no puedo ver”, afirmó, incluso cuando el mundo exterior se despierta por la mañana y se apaga al anochecer.
Ni siquiera necesita salir para escuchar. La casa de Berrier está rodeada de un mezclador de audio y un equipo de grabación de sonido —micrófonos parabólicos y dispositivos que él mismo ha fabricado a medida— que captan en tiempo real los sonidos de las aves del exterior y graban su canto en entornos más silenciosos.
En el bird sit de Ipswich, Berrier señaló a los asistentes el resonante canto de un pájaro hornero, los zumbidos de varias currucas y las notas aflautadas de una oropéndola de Baltimore, que a veces suena como si dijera: Here; here; come right here, dear, algo así como “Aquí, aquí, ven aquí, querida”.
Cuando enseña a los recién llegados a distinguir los pájaros a través del oído, Berrier suele compartir mnemotecnias. Para el toquí pinto, dice, hay que identificar a un pájaro que pía: “Drink yer teeeeea” (algo que en español sería como “Toma tu téeeeeeee”. El mirlo primavera suena como si cantara: “Anímate, alegremente”. Para un oyente angloparlante, el cardenal norteño podría estar diciendo: “Mira aquí, mira aquí”. Los jilgueros americanos parecen decir potato chip cuando están en vuelo, mientras que los papamoscas oliváceos gorjean algo que en inglés se escucha como: “¡Rápido! Tres cervezas”.
Berrier lleva observando aves desde la década de 1970, cuando estudiaba en la Universidad de Indiana, en Pensilvania. Allí, un profesor le encargó una tarea especial para sustituir la parte de su curso de biología basada en la disección.
“Acabó por darme probablemente uno de los mejores regalos de mi vida al recomendarme que escuchara sus discos de la Universidad de Cornell con sonidos de pájaro”, dijo Berrier. “Me dijo: ‘Quiero que los escuches durante el semestre, y al final, tu parte de laboratorio de la nota se basará en un paseo por el bosque conmigo, y te pediré que identifiques algunos de los sonidos que oigas’”.
Al principio, a Berrier le resultaba desalentador distinguir las especies de aves silvestres solo por sus sonidos. “Pensaba: ‘Hombre, todos estos pájaros suenan igual’”, dijo. “Pero al final del semestre ya estaba enganchado, y lo he estado haciendo desde entonces”.
Durante estas primeras salidas, Berrier identificó cardenales, con sus trinos que suenan como láseres; petirrojos, con sus alegres gorjeos; y mirlos de alas rojas, cuya llamada aún considera “un presagio de la primavera”.
Un pájaro oído
Para los observadores de aves que quieran confeccionar su “lista de vida” de todas las aves que han visto, conocer estos cantos puede ser indispensable: las normas de la American Birding Association para identificar una especie de ave no distinguen cualitativamente entre “un ave oída” y “un ave vista”.
Trevor Attenberg, científico y escritor ciego que vive en Portland, Oregón, señaló que hay muchas aves que tienen menos posibilidades de verse que de oírse. “Entre el 60 y el 70 por ciento de las aves con las que vas a toparte será solo de oído”, afirmó Attenberg.
“Siempre que salgo a la calle escucho qué tipo de pájaros hay en un entorno determinado, y eso me dice muchas cosas”, afirmó. “Me habla del tiempo y de las estaciones. Me habla del paisaje en el que me encuentro. Incluso en entornos urbanos, me informa de la calidad del hábitat”.
Conocer el porcentaje de aves que uno solo podría identificar de oído le dio más confianza a Attenberg, de 40 años. “Me indica, como aficionado a las aves ciego e inseguro de mi lugar en la ciencia, que puedo competir con otros ornitólogos que detectan aves con prismáticos y demás, cosa que yo no puedo hacer”, dijo. “Saber que, de hecho, una parte tan grande de las posibles detecciones de aves solo van a venir a través del oído, me dice que, bueno, hay espacio para las personas ciegas —y las personas que simplemente disfrutan usando sus oídos para escuchar o recabar información— para aprender de las aves de esta manera”.
Los observadores de aves no necesitan memorizar todas las llamadas: pplicaciones como BirdNET o Merlin Bird ID, del Laboratorio de Ornitología de Cornell, pueden grabar sonidos de aves en libertad y ayudar al oyente a identificar la especie.
Pero la noción de “un pájaro que se oye” o “pájaro oído” está cada vez más amenazada, ya que la contaminación acústica provoca cambios fundamentales en la forma en que suena la naturaleza. Los ornitólogos han observado que las aves cambian el tenor de sus cantos al esforzarse por ser audibles por encima del estruendo del ruido humano, ya se trate de la minería de criptomonedas o simplemente de los sonidos cotidianos de los sopladores de hojas o el tráfico de coches.
Glass, la poeta de California, dice que ha notado que, con el tiempo, hay menos sonidos de pájaros. “En mi parte del mundo ya no existe lo que se llamaría el coro del amanecer, un coro de pájaros abrumador que ahoga todo lo demás”, afirma. El canto de las aves fluye y refluye con las estaciones, alcanzando su punto álgido durante las migraciones. Pero los estudios indican que, a medida que disminuyen las poblaciones de aves, también lo hace su canto.
5400 aves
Michael Hurben, de 56 años, tiene la misión de documentar lo que pueda, mientras pueda. Debido a una enfermedad degenerativa de la retina, su campo de visión se ha reducido con el tiempo, de 180 grados a, según sus cálculos, menos de una décima parte.
Hurben, ingeniero jubilado que vive en Bloomington, Minnesota, ha redoblado su pasión por la ornitología y está por identificar 5400 aves diferentes, algo más de la mitad de todas las especies de aves del mundo. “Solo quiero poder decir que he identificado a la mayoría”, afirmó.
Él y su esposa, Claire Strohmeyer, que también tiene 56 años y es investigadora clínica, han visitado decenas de destinos internacionales para tachar especies raras de la lista. Pero la disminución de su campo de visión hace que buscar un pájaro en un árbol, o avistarlo con prismáticos, sea especialmente difícil.
Esto hace que su capacidad para identificar aves de oído sea indispensable. Ha perfeccionado sus conocimientos en internet, pero también ha identificado aves de oído con otros observadores, incluido Berrier, que se unió a Hurben en un viaje de observación de aves a Cape May, Nueva Jersey, en 2022.
A Hurben le resulta cada vez más difícil oír el canto de ciertos pájaros, como las agudísimas llamadas del colorido ampelis americano.
“Antes de salir de viaje, intento estudiar las llamadas con antelación”, explicó. Aunque algunas llamadas o reclamos requieren una mnemotecnia para recordarlas, otras son muy características.
Citó, por ejemplo, el guardabosques chillón, un ave gris de aspecto sencillo que él y su mujer identificaron luego de adentrarse en la Amazonía en su búsqueda. Según él, su singular llamada es un recurso muy utilizado por los diseñadores de sonido en las películas ambientadas en la selva. (Puedes escucharlo en la película de Werner Herzog Aguirre, la ira de Dios, de 1972). Asimismo, otro pájaro sudamericano, el picoagudo, tiene un canto que suena “como una bomba que cae”, dijo Hurben. “Oigo ese canto una vez y no lo olvidaré el resto de mi vida”.